24 de octubre de 2007

EL PAIS QUE NO MIRAMOS

En septiembre de 2005, Neil y yo, hicimos nuestro primer viaje al Norte Argentino. Si bien el viaje fue corto, 10 días, la experiencia fue por demás abarcadora y sorprendente.

Empezamos haciendo noche en la ciudad de Sunchales en la Provincia de Santa Fé. Continuamos al otro día atravesando la Provincia de Santiago del Estero, desértica y austera, hasta llegar a nuestro primer destino: Tafí del Valle, un lugar de fin de semana y veraneo que no encierra mas magia que las lindas casas construidas en el valle o extendidas en la ladera de los cerros.

Al día siguiente partimos temprano en la mañana rumbo a Cafayate previa parada en Amaichá del Valle y en las Ruinas de Quilmes, un lugar inhóspito aunque parte de nuestra historia en el que se destaca el parador y el hotel, hoy en manos privadas, asi como el museo que relata la odisea de estos indígenas expulsados de sus tierras y obligados a emigrar a pie hasta la homónima ciudad de Quilmes en la Provincia de Buenos Aires.

Llegamos a Cafayate al mediodía y luego de sorprendernos por la belleza del lugar, tierra de vinos y bodegas, nos aventuramos a recorrer los 60 Km. mas encantadores y pintorescos de todo el viaje, la Quebrada de las Conchas, con sus distintos tonos de verdes, grises, colorados, ocres y azules, sus distintas formas, sus valles y ríos sinuosos, en pocas palabras: un lugar indescriptible!!!




El lunes nos encontró lidiando con el camino de ripio y serruchos de la Quebrada de las Flechas, 150 km. imposibles de recorrer en menos de 6 horas a menos que uno este dispuesto a dejar el auto en el intento. Pero el esfuerzo dio sus frutos y nos deleitamos con pueblitos como San Carlos con sus tapices y su iglesia jesuítica, Angastaco y las artesanías en cardo del Sr. Delgado (el taller funciona en su casa), y el increíble Molinos donde Neil no se cansó de repetir la leyenda de una pizarra que decía: “Si usted vino a Molinos, y no tomó este vino, ¿A que vino?”. Y asi fue como llegamos a Cachi, cansados pero felices, dispuestos a deleitarnos con la exquisita cocina de la hostería del A.C.A. y la hospitalidad de la gente norteña que a lo largo de todo el viaje no dejó de sorprendernos con su simpatía, amabilidad y sencillez.




A la mañana siguiente atravesamos la famosa recta de Tin Tin y la imponente Cuesta del Obispo, con sus curvas y caminos de cornisa que compensaban el vértigo con la majestuosidad del paisaje; luego de paso por Campo Quijano hasta adentrarnos en el camino que corre paralelo al Tren de las Nubes y llegar a San Antonio de los Cobres con un mareo y dolor de cabeza propios del apunamiento a mas de 4.000 mts. de altura. Esa misma tarde nos acercamos al Viaducto, el famoso puente donde termina el recorrido del Tren de las Nubes, y mas tarde repartimos chupetines a la salida de la escuela donde “los que menos tienen” nos regalaron una sonrisa que difícilmente podamos olvidar en nuestras vidas...


Y asi llegamos al miércoles y la odisea de recorrer el tramo de la Ruta 40 que pasa por la Salina Grande, un desierto blanco y majestuoso, para luego cruzar el Abra de Lipan y llegar a la Provincia de Jujuy. Ese día el viaje nos depararía otra sorpresa: Humahuaca, con sus callecitas angostas, la histórica plaza con la imagen de San Francisco Solano que sale cada día a las 12 en punto a bendecir a los presentes, el Monumento a los Héroes de la Independencia y porque no la Peña de Fortunato con su comida regional y sus recitales en pleno mediodía humahuaqueño. De ahí y tras un breve paso por Tilcara con su plaza repleta de artesanías y su iglesia , llegamos a Purmamarca extenuados.






La larga lista de sorpresas agregó un nuevo renglón a la mañana siguiente cuando fuimos a recorrer el pueblo; decir pintoresco es reducirlo a nada, y no solo por el Cerro de los Siete Colores sino por sus calles coloradas, sus verdes álamos, su infinito arco iris reflejado en los puestos de la plaza, y el turquesa de un cielo diáfano indescriptible. Al mediodía continuaron las emociones fuertes en San Salvador de Jujuy cuando nos encontramos para almorzar con un amigo que Neil no veía hace mucho tiempo y que después de una pipona parrillada nos llevo a recorrer la ciudad y el lujoso Hotel Termas de Reyes.

Finalmente y como broche de oro de nuestro viaje, pasamos nuestros últimos dos días en Salta “La Linda” que nos ofreció mas de lo que nuestro ojos podían ver: La Catedral y la Iglesia de San Francisco, la plaza con sus cafecitos y a la noche la concurrida calle Balcarce, la Quebrada de San Lorenzo con su castillo y los caserones de provincia, la peña de la Casona del Molino con sus improvisados palladores y cantantes.

En resumen un viaje de ensueño, donde no hay lugares mas lindos o menos lindos, cada lugar tiene su encanto, su historia, su idiosincrasia, su gente, su no se que, que hace que se te encoja el alma de tanta emoción apretando por dentro...

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